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4 de abril de 2009

Filosofando


El desafío de los valores hoy...


Se suele escuchar habitualmente que estamos en una época donde no hay valores, donde todo se ha perdido, etc. etc. Creo que esta afirmación no responde a la realidad. Sí podemos hablar de un cambio, de un modo distinto de organizar su jerarquía, de una moral más laxa, pero no de falta de valores... Sobre este cambio nos detendremos más adelante, porque antes prefiero hacer un abordaje de lo que entendemos propiamente por valor…
La primera apreciación que podemos hacer es que las cosas, las personas, etc., “son”, pero también “valen” para nosotros. Y este valor supone el grado de apetecibilidad, de estimabilidad que algo (una cosa, una acción, etc.) tiene para un individuo, un grupo humano, la humanidad...
Esta primera afirmación ya nos da un MARCO DE REFERENCIA para hablar de los valores y ese marco es el obrar humano. Los valores no son entes, o realidades, o ideas a contemplar, sino que tienen que ver con nuestras elecciones y esto supone al menos 3 momentos:

El de las motivaciones, deseos: puede haber, suele haber muchos intereses, llamadas, inclinaciones que ponen en juego nuestra capacidad de elección…
El de la decisión o elección: y esto habla de una jerarquización de valores que supone un desde donde elijo: mi marco de referencia personal, familiar, del grupo de pertenencia, de la sociedad en la que vivo, la religión que profeso o rechazo, etc.
Y la hora de la acción: o sea la de obrar en consecuencia. Vale aclarara que no actuamos sólo al final sino que todo supone un movimiento interior: desde el primer juego de intereses o motivaciones, pasando por la elucidación o juego de decisiones hasta pasar finalmente a la acción.
Es importante detenerse en los 2 primeros momentos, poder ver con claridad que es lo que nos motiva o mueve como también desde donde elegimos, con que criterios o patrón de medida; poder ver cómo nuestras preferencias se conforman o no con esa escala de valores que habla de un larga serie de condicionantes o perspectivas que debo visualizar…
Estas elecciones tienen que ver con nuestra voluntad o querer, esa capacidad de dar un sentido a nuestra actividad, y este sentido remite a los valores. Será Nietzsche quien pone un fuerte acento en esta “voluntad” –que el llamará voluntad de poder- y que sellará las características del señorío del que busca, en soledad, su propia realización con la inversión de todos los valores frente al hombre del “rebaño” o “plebeyo”, atado a la moral tradicional que desprecia el cuerpo y los valores de la vida…
Esta postura puede resultarnos radical, pero es importante el llamado de atención de Nietzsche para no caer en una mera reproducción de “la moral y buenas costumbres” de un grupo humano.
Más allá de esta digresión, fíjense, que cuando digo: busco, quiero, elijo, necesito, doy, entrego, compro, tengo, gano, pierdo, decido, amo, odio, juzgo, pienso, estudio, leo, cocino, duermo, corro, juego, vivo... ESTOY HACIENDO UNA VALORACIÓN, por más insignificante que parezca, aunque uno ya aquí reconoce una jerarquía de valores que cambiará según nuestro marco de referencias sociales y nuestra propia opción y entre estas decisiones, algunas que me llevarán incluso a hablar de la opción fundamental, es decir, aquella opción por valores que me definen radicalmente.
Hablábamos más arriba del apetecer, del estimar y podemos ver que el reverso de ese apetecer es el posponer. Sólo el hombre sabe posponer, el animal se mueve con urgencias instintivas... por eso no hay propiamente “elección” y si la hay está sólo regida por el principio de superviviencia de la especie. El animal no tiene escala de valores, no obra bien o mal. No podemos juzgar al león porque se comió la gacela y si, por ejemplo, castigamos al perro de la casa (animal doméstico del domus: casa en latín) porque ataca un niño, es porque lo valoramos desde nuestros criterios de lealtad o fidelidad humana.
Retomando lo del posponer, que involucra la variable de tiempo en nuestras decisiones, esto habla ya de una suma de intereses que se organiza en torno a una jerarquía de valores: “pospongo un bien actual en función de otro posterior que creo superior” Ej.: no me voy de vacaciones para comprarme la TV.... Esto puede parecer trivial, pero habla de prioridades en función de lo que uno considera más o menos importantes (la TV será más prioritaria que el descanso...). De todos modos, que pasa, por ejemplo, si en esto de anteponer o posponer me digo: “renunció a ser feliz hoy y aquí para ser feliz en la vida eterna...” De aquí la importancia de las motivaciones, de lo que me mueve y de cómo las priorizo o subsumo en función de la escala de valores que voy conformando (y digo esto de “corformar” porque esa escala no es nunca definitiva, se va modificando en ese juego o tensión entre intereses y valores)
Podemos ahora hacer referencia a algunas características propias del valor. Una de estas es la tensión dialéctica entre el aspecto objetivo y subjetivo del valor. Bueno, nos encontramos aquí con una vieja polémica, una antigua discusión, que tiene que ver con el carácter más universal y perenne del valor frente a una consideración más relativa o histórica del mismo... Par zanjar esta discusión podríamos sostener que EL VALOR NO ES: algo en sí mismo, ajeno a la realidad, algo que está en un mundo inteligible (como pensaba Platon en el siglo IV a JC o Hartmann en el siglo XX). Tampoco es algo inherente exclusivamente a la cosa, a lo que se considera valioso, como si fuera una etiqueta que se le agrega. Finalmente, no pareciera poder reducirse a una mera atribución subjetiva... Por esto puedo afirmar, siguiendo lo que afirma J Gevaert en su obra titulada El problema del hombre”, que “el valor, habla del encuentro del hombre con su mundo”. Supone necesariamente una relación entre nosotros y eso que nos resulta valioso: “Los valores no existen sin el hombre que con ellos está en disposición de dar un significado a la propia existencia. El centro o el lugar de los valores es el hombre concreto que existe con los demás en el mundo”
Es interesante ver que los valores no pueden ser definidos en sí mismo sino que necesitan esta referencialidad con lo humano. Quién hablaría de la “belleza” del paisaje, “lo saludable” del clima, “lo sabroso” de la fruta jugosa... Donde se juegan los valores es en el hombre y lo humano, la valoración de lo humano debe ser el criterio último de elección de un valor (nola Patria, no el Partido, no el Estado... sino el otro que reclama mi mirada, como diría Levinas..) En esto entiendo que nos “humanizamos” o nos “deshumanizamos”: ¿Nos humaniza discriminar, odiar, despreciar, matar, quitar o mas bien reconocer, apreciar, promocionar...?
Otra característica del valor, que se desprende de lo anterior, es su aspecto intersubjetivo o social. Esto habla del reconocimiento grupal que el valor tiene: los valores no son algo meramente subjetivo sino que valen para un nosotros que no puedo ignorar. Somos seres sociales, vivimos en sociedades que suponen un marco normativo y es imposible ser ajeno a esto. Aunque este marco normativo sea más o menos flexible. Esta dimensión social nos lleva a decir que “los valores no están primaria ni exclusivamente en la línea del tener y del poseer, sino también en la del dar y en la del reconocer a los demás” Es un juego, una tensión entre individualidad y comunidad que nunca desaparece y que hará lugar a un mayo peso de uno u otro de los polos en función de la mayor o menor flexibilidad que tenga esa comunidad.
Paul Ricoeur, en su artículo “El yo, el tú y la institución” (de su obra “Educación y política) advierte que justamente esta aparición del otro habla de una coexistencia de libertades y reclama una justicia que me dice “quiero que tu libertad valga como la mía”. Se da así un juego de “preferencias particulares” y “reconocimientos” (que habla de las preferencias del otro y de hacer lugar al otro). Es en este marco es que aparecerá la ley, pero ella tiene que ser un punto de llegada y no de partida, porque debe ser pensada o formulada para dar cauce y facilitar la convivencia humana y no para asfixiarla. Como diría Jesús: “El sábado hecho para el hombre y no el hombre para el sábado”
Más allá de la historicidad del valor, en cuanto a que lo vive un sujeto que es parte de un grupo humano, en un tiempo y espacio concreto, no ignoramos que de alguna manera el valor nos trasciende individual y socialmente, tiene un plus de universalidad. Percibo que un valor no puedo agotarlo, que le cabe un carácter transindividual e incondicionado, que no nace de mí y está más allá de mí. Reconocemos de alguna manera que el valor nos llama, o incluso nos exige, nos demanda... Es interesante esta experiencia porque habla de nuestra apertura a lo infinito, entendido en términos no necesariamente religiosos, pero si espirituales o transpersonales.
Max Scheler (1875-1928), un reconocido filósofo alemán que abordó esta temática de los valores, pensó a los mismos como una realidad a priori, como una esencia pura que se capta con la parte emocional de espíritu humano; como una cualidad real, pero no física. Lo suyo recayó de alguna manera en el modelo platónico, aunque resulta sugestivo su emocionalismo axiológico, que lleva a considerar que son “actos de amor y odio” los que nos guían al descubrimiento de los valores. También propuso esta jerarquía ascendente de valores:

1-lo agradable y desagradable (me gusta no me gusta);

2- vitales (vida, juventud, lozanía);

3- espirituales (estéticos, jurídicos, del puro conocimiento) y

4- religiosos.
Hay otras posibles jerarquizaciones, por ejemplo esta que trae el mismo Gevaert:


1-valores vitales o el cuerpo;


2-valores del espíritu o la cultura;


3-valores éticos;


4- valores religiosos y


5- valores personales .


Me parece central una escala que ponga el valor de la persona humana en el centro o cúspide. También creo que es necesario cerrar este análisis afirmando que no es posible hacer una jerarquía de valores de carácter universal, para todas las épocas y los lugares. Honestamente creo que no se puede obviar su dimensión histórica, en la medida que consideramos a la persona humana como el punto de apoyo de todo lo valores.
Un último punto a considerar es el que dio el título a nuestra exposición: qué podemos decir de los valores en nuestra época. Hay momentos en los cuales una cultura transita por una especie de meseta en la cual no hay demasiadas novedades. Son épocas de un cierto equilibrio, donde suele haber más o menos certezas en torno a la verdad, en torno a las normas a cumplir, a la vigencia de algunos valores comunes o incluso universales. Todos coincidiremos en que nuestro tiempo tiene poco de esto y es más bien una época de cambios vertiginosos. De todos modos, no creemos que nuestro tiempo sea peor que otros o un período de decadencia... Aunque así lo fuera, tendríamos que vérnosla con él y una actitud apocalíptica, implicaría una especie de deserción de nuestro propio proyecto histórico.
Observamos, sí, que reina un cierto escepticismo frente a los valores, fruto de la sensación de desencanto que conlleva el fracaso de la modernidad. La palabra escéptico viene del griego y quiere decir "el que mira con cuidado" Y tiene que ver con una cierta experiencia del sufrimiento, del fracaso, de frustración. Es un poco esto de que "el que se quemó con leche cuando ve la vaca llora ". La modernidad nos quemó: quemó nuestros sueños de una sociedad más justa, más igualitaria, en definitiva más humana. Todos los grandes ismos modernos fracasaron: la igualdad del comunismo terminó siendo sinónimo de totalitarismo, no demasiado distinto del fascismo o del nazismo. El liberalismo se convirtió en consumismo (que es sinónimo de esclavitud de mercado); el cientificismo en soberbia autosuficiente del hombre de ciencias...
Por esto este escepticismo supone una cierta memoria del error de la experiencia y tiene que ver con esta actitud crítica, de sospecha frente a lo vivido. Los grandes proyectos utópicos de los siglos XIX y XX suponían una opción por valores que en definitiva no pudieron encarnarse. De estos procesos no salieron vencedores, porque la humanidad misma fue derrotada. La consecuencia es que ya no hay tampoco “convencidos”...; pero esto es sano. Este escepticismo, frente a todo dogmatismo o adoctrinamiento, es un signo de salud, habla de esa memoria histórica que nos hace estar alertas frente a la tentación dogmática de cualquier ideología.

¿En qué ganamos?



  • En la suspensión de todo dogmatismo, dejando lugar para el espacio crítico y una mayor autonomía.

  • estamos más abiertos a la interrogación y a la problematización de la realidad

  • a una mayor valoración de la experiencia presente

  • a un redescubrimiento de la emocionalidad y un retorno, desde algún lugar, a la relación con el misterio...

    Les contaba que había visto el film de Giuseppe Tornatore (Italia, 1998) titulado “La leyenda del pianista más allá del océano” . Es la historia de un bebé abandonado debajo de un piano en el salón de fiestas de un trasatlántico la noche del 31 de diciembre al 1ro de enero del cambio de siglo...; por eso quien lo encuentra le pondrá por nombre “Novecento”. El niño crece y se convierte en un eximio pianista que anima las fiestas de la gente adinerada que cruza el océano y que se escapa al nivel de la clase turista para tocar también allí, para esa gente que viene a hacerse la “América”. Ya adulto y animado por sus amigos decide bajar del barco en uno de los arribos a Nueva York, pero no llega a pasar la escalerilla que lo lleva a tierra..., se da media vuelta y regresa a la nave. Novecento nació y vivió en el barco sin pisar nunca tierra... En una charla al final del film, con uno de sus más íntimos amigos (la noche anterior a que se haga volar el barco que ya está fuera de servicio) le confiesa que aquél día no se animó a bajar porque su mundo tenía la extensión del teclado de un piano y que Nueva York se le aparecía como una infinitud de teclados que lo abismaban... Novecento no se animó a ir más allá...
    Creo que en nuestras elecciones puede pasar algo similar; el ir adelante, el elegir en torno a valores también muchas veces nos abisma... Nos movemos en el mundo de lo conocido, de lo previsible y nos cuenta ver más allá... Será cuestión de aceptar nuevos desafíos o posibilidades de comprender lo diferente...

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